Los tumores de párpados son extremadamente comunes en nuestra población. Una lesión palpebral puede ser sólida o quística, pigmentada o no pigmentada, congénita o adquirida. Lo más importante es diferenciar entre un tumor benigno y un cáncer de piel del párpado. El cáncer de piel de los párpados está cubierto en otro blog.
Un tumor benigno del párpado generalmente está presente desde la infancia o la edad adulta temprana sin causar ningún síntoma. Puede crecer lentamente con el tiempo y cambiar de color. La cirugía no es necesaria por razones de salud, pero los pacientes pueden estar preocupados por su apariencia estética.
Una lesión del párpado que aparece repentinamente y crece rápidamente suele ser de naturaleza inflamatoria o infecciosa. El ejemplo más común es un orzuelo o chalazión. Las lesiones quísticas como el hidrocistoma pueden crecer a un ritmo rápido a pesar de ser benignas y también suelen producir síntomas con mayor frecuencia.
El tratamiento es quirúrgico en la mayoría de los casos. La extirpación quirúrgica de una lesión palpebral benigna debe ser realizada por un especialista en párpados en un ambiente estéril. Se tiene un cuidado extremo para preservar el tejido sano y garantizar el funcionamiento normal de los párpados después de la cirugía. Además, se debe seleccionar el abordaje correcto para garantizar un resultado exitoso y prevenir complicaciones.
Las complicaciones más comunes son el lagoftalmos, que es la incapacidad para cerrar el ojo y la cicatrización deficiente. Afortunadamente, estos pueden evitarse empleando la técnica quirúrgica adecuada. El objetivo es lograr el cierre completo del párpado y una cicatriz imperceptible después de la extirpación del tumor.